martes, 15 de marzo de 2011

¿Quién sabe lo que me conviene?

Desde que somos pequeños hasta que alcanzamos una edad en la que ya podemos ir tomando decisiones propias acerca del rumbo de nuestra vida, nuestros padres siempre están con la misma frase en la punta de la lengua y la cual dice así: Yo se lo que te conviene que para eso soy tu padre/madre. Cuando alcanzamos la adolescencia por el contrario, somos nosotros los que tenemos en la punta de la lengua la frase de: Yo se lo que me conviene papá/mamá que ya soy mayorcito. Pero ¿realmente quién sabe lo que me conviene? ¿Soy mi propio yo, quien debería de elegir, lógicamente, el rumbo de mi vida? ¿O son mis padre, quienes nunca pretenderán perjudicarme y tratarán de ser lo más objetivos posible?

Niños y adultos con una gran unión familiar probablemente respondan que siempre es mejor hacer caso a las indicaciones paternas ya que, como he dicho antes, estás aunque aburridas o injustas como muchas veces parecen siempre serán buenas y prudentes, lo que nos mantendrá alejados de una vida de desgracia. Jóvenes y adultos independientes responderán por el contrario que quien decide que es mejor para cada uno, es cada uno, afirmación a la cual en grupo anterior podría contestar diciendo que en el caso por ejemplo de las drogas, nos engañamos a nosotros mismos pensando que son buenas y que nos convienen mientras que por el contrario nuestros padres nos alejarían tan rápido como fuera posible de el mundo de la drogoadicción.

En mi opinión nadie, absolutamente nadie sabe lo que nos conviene. Nadie es capaz de preducir el futuro y conocer si la acción que vayamos a realizar vaya a ser beneficiosa o perjudicial o que en algún caso aislado primero vaya a ser perjudicial pero más adelante vaya a desencadenar una conveniencia beneficiosa. Es decir, ni nosotros mismos, frente a la evidencia, somos capaces de elegir de manera totalmente correcta el camino que vamos a escoger. No hay manera de saber las repercusiones de nuestros actos y elecciones.

En conclusión, el único capaz de saber que nos conviene es el dejar pasar el tiempo y ver suceder los acontecimientos, puesto que para arrepentirse de un error siempre hay tiempo y para arrepentirse de un una acción no realizada el tiempo ya ha pasado.

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